Soplan vientos de cambio.
Venezuela pese a tener un gobierno autodenominado de izquierda y progresista,
no ha sabido ir al ritmo de los procesos de cambio sociales que se están
viviendo en la región en el contexto de los Derechos Humanos de de lesbianas,
gays, bisexuales, trans e intersex (LGBTI), sin embargo, son los movimientos
sociales los que están motorizando unos tímidos progresos que vemos de forma
optimista.
Desde 2004 se celebra el 17 de
mayo como el Día Internacional Contra la Homofobia, pues para esa fecha, en 1990, se
sacaría la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales. Ahora la lucha
es hacia la despatologización de la transexualidad.
Ciertamente, Venezuela no tiene
ninguna legislación que tipifique como delito las relaciones sexo afectivas
consensuadas entre adultos del mismo sexo, sin embargo es evidente que la
homofobia no necesariamente tiene que venir del Estado para causar daños;
observamos cómo de forma muy desafortunada las iglesias y los grupos
conservadores siguen generando -de forma sutil o explícita- un discurso de odio
que se ensaña contra todo aquél que no sea heterosexual y que estimula la
respuesta con diferentes formas de violencia de otros grupos o individuos de la
sociedad.
Sacerdotes, pastores y otros “líderes”
religiosos difieren en muchos aspectos de sus creencias, sin embargo coinciden
y forman equipos muy convenientes cuando se trata de lanzar discursos de odio y
discriminación contra las personas LGBTI, incluso, influyendo directamente en
la toma de decisiones por parte de entes gubernamentales y fomentando la
discriminación y la represión por parte de los órganos de la fuerza pública.
Entramos en otro punto oscuro y
lamentable de nuestra realidad; el Estado, pese a que nuestra Carta Magna
establece el carácter laico del mismo, desde los niveles locales, regionales y
nacionales se observa claramente cómo se dejan influenciar por las líneas
establecidas, en este caso, por iglesias y cultos de la cristiandad. Es lamentable
cuando esto se manifiesta bajo el cliché de “moral y buenas costumbres”, y ante
un buen argumento aluden que nuestra sociedad no está preparada para algún tipo
de cambio que favorezca a gays, lesbianas, bisexuales, trans e intersexuales.
Cabe preguntarse ¿está alguna sociedad preparada para este tipo de cambios? O
¿es necesario generar una matriz de opinión, estimular a que se hable del tema
y generar cambios legislativos trabajados en función de los compromisos
internacionales adquiridos por la nación?
Otro factor profundamente
indignante que contribuye a la discriminación y el estigma hacia las personas
LGBTI viene de los medios televisivos nacionales y regionales. Como si el
tiempo no hubiese pasado, la televisión venezolana sigue apostando a los
caricaturescos personajes homosexuales que carecen completamente de seriedad y
se escapan de la realidad. En la sociedad venezolana, al igual que en el resto
del mundo, hay homosexuales en puestos políticos, religiosos, en órganos de la
fuerza pública, en todos los ámbitos de la economía y con múltiples
responsabilidades que mueven este país, sin embargo la televisión venezolana, a
través de programas cómicos y de variedades insisten tercamente en promover los
estereotipos indignantes que de forma sublime dicen al público “de los
homosexuales hay que reírse”. Situación muy diferente vemos en otros países de
América Latina, incluyendo países como México y Colombia con tradiciones
culturales y religiosas más acentuadas que las nuestras y que han logrado incluso
legislaciones que reconocen los derechos igualitarios de parejas del mismo
sexo. Brasil, Argentina, Chile y hasta Cuba han logrado avances significativos
pero, ¿por qué nosotros no?
En este punto siempre habrá
diversas y respetables opiniones y no faltará
quien diga “en la IV
república era peor”, sin embargo no se trata de mirar al pasado sino de
analizar el proceso histórico que se está viviendo.
Estamos en una lucha global
reivindicativa que se asemeja a los grandes procesos sociales contra la esclavitud,
el racismo y a favor de la equidad de derechos entre mujeres y hombres; faltará
que seamos capaces de identificar la naturaleza de este momento histórico y de
trabajar desde una visión mucho más amplia que la polarización política que
vive nuestro país.
Si la sociedad venezolana ve con
buenos ojos o no el reconocimiento de derechos igualitarios hacia el colectivo
sexodiverso es harina de otro costal, sin embargo cuando hablamos de Derechos
Humanos no se trata de mendigar cariño o pedir limosnas sino de exigir por
todas las vías posibles que permitan la Constitución y las leyes la la consecución de
estos derechos. Es de suma importancia también que el colectivo sexodiverso dé
el ejemplo de respeto y no fortalezca una imagen negativa del sector, porque la
homofobia también es internalizada y al aflorar conflictos y diferencias que no
se trabajen sobre la base del respeto y la tolerancia se puede hacer mucho más
daño internamente del que se puede recibir de agentes externos.
La mayoría de los movimientos
sociales sexodiversos de Venezuela desafortunadamente no actúan desde la
pluralidad y la neutralidad; en algunos casos más tristes figuran como brazo de
un partido político, perdiendo toda capacidad de disentir y actuar contrario a
los lineamientos partidistas; esta situación genera divisiones internas y
exclusiones que debemos ser capaces de identificar y superar.
Pero planteada toda esta realidad
¿a qué nos referíamos al principio con vientos de cambio? Es innegable que los
procesos sociales están motivando, por no decir obligando, la reestructuración
de la manera de ver la política en Venezuela. Con optimismo vemos cómo las
líneas partidistas afectas al proceso liderado por Hugo Chávez están motorizando la representación LGBTI en
diferentes espacios y cómo se observa el mismo proceso desde los partidos de
oposición; pero estas nuevas direcciones no son gratuitas, son el producto de
una reacción natural de nuestra sociedad que exige, desde la base, el
reconocimiento de deberes y derechos, que grita a viva voz “no te pido que me
quieras, te exijo que me respetes”.
Por: Johan León Reyes
Director General
Acción Zuliana por la Vida